El periodista Jorge Ernesto Witker nos habla sobre el motivo que lo llevo a escribir, junto a Eduardo Camarena, el libro Todo el Mundial.
Dicen que el futbol es la recuperación constante de la infancia; cada cuatro años el Mundial otorga el recreo soñado, y señores, está por sonar la campana para salir al patio.
La magia de la magna reunión futbolística del orbe es capaz de interrumpir guerras, bajar índices delictivos, y postergar debates o incluso todo lo contrario; que mañosamente se programe la discusión de leyes secundarias a reformas energéticas en la más absoluta clandestinidad, como si diera vergüenza hacerlo con los reflectores encima.
El futbol comprueba que la ilusión es un recurso renovable cada cuatro años. No importa que se apueste todo por la querida y noble Selección Mexicana a la que hay que buscarle títulos honoríficos y declararla campeona, o casi, de las redes sociales, y líder en el número de fanáticos incautos que viajan a hacer turismo etílico a cada sede mundialista.
Un cruel reality show se podría montar siguiendo a muchos de esos miles de mexicanos que ahorran con esmero o gastan hasta lo que no tienen para acompañar al TRI en la aventura mundialista, lo malo es que el final es siempre el mismo; caras largas, frustración y resaca.
Esperar más de lo que es lógico es la constante y nos impide darnos cuenta que el querido TRI ha progresado, aunque sea mucho más lento de lo deseado. México puede parecer hoy estacionado tras caer cinco veces seguidas justo a un paso del quinto partido, como sí no se hubieran juntado alguna vez hasta cuatro Copas del Mundo sin ganar un juego o seis Mundiales sin pasar de la primera ronda. Y los desahogos post eliminación volverán a señalar a los mismos culpables; a los medios de comunicación que nos engatusan; a los directivos que sólo piensan en el dinero, al entrenador nacional por no haber hecho los cambios adecuados o al futbolista por no tener la mentalidad ganadora suficiente.
Ese viaje permanente de la esperanza a la experiencia, como lo calificaría Juan Villoro, crack de cracks en esto de juntar letras para contar partidos; no parece generar aprendizaje alguno; se realiza ese trayecto de la fe a la desolación con la valiente resignación y la ceguera del Sísifo de Camus. Siempre se cree que los nuestros llegarán más lejos de donde llegan. No hay vistazo al pasado o análisis histórico que nos haga aprender a gozar más el camino que el destino final; tal vez eso nos ayudaría a ser más felices, o al menos a evitar esas resacas dolorosas que nos impiden gozar de los Cuartos de Final de los Mundiales sin cargar un dejo de hiriente nostalgia.
Pero cómo pedirle al aficionado común, lo que me cuesta asimilar aún desde la pretendida objetividad del periodista. Decirle que no se ilusione es como pedirle a alguien que no se enamore, y renuncie por simple temor al dolor a un estado de gracia supremo. Decirle que mida sus impulsos y controle sus sentimientos sería también pedirle que viva a la segura, y transite por el mundo como lo hacen aburridamente montones de equipos que juegan a no jugar. Apasionarse es interesarse, enardecerse, exaltarse, un proceso inevitable que nos hace sentir con mayor intensidad, y hacerlo por el futbol puede parecer una locura, pero pocas cosas nos quedan en este mundo para “alocarnos” y no correr el riesgo de ser encerrados en un manicomio por ello.
Desde esa pasión, por el futbol y el periodismo, parte esta locura de animarse a escribir un libro más de esta materia tan trillada como mágica, de las Copas del Mundo.
Con este ejercicio cumplo además un sueño personal, agradecido de ser acompañado en él por gente muy capaz, con la que he podido tirar paredes justas y mortales para desbaratar las defensas rivales de las dudas y el escepticismo.
Con qué cara para puedo hoy pedirle a un aficionado que deje de creer en los suyos, si editar un libro, como el que hoy presentamos, en tiempos en los que la industria está tan deprimida, es también un acto de fe, casi una feliz irresponsabilidad que espera contar con la complicidad de miles, para que esta vez el resultado nos acompañe.
Esta propuesta editorial no es especulativa, no pretende el triunfo por el error ajeno; como verán a Eduardo y a mí nos gusta el Tiki-taka y buscar ganar sin renunciar a la belleza…como debe ser, en el futbol y en la vida.
Suena la campana señores…es hora del recreo.