Déjame decirte, Omar, que me uno a ti. Si no puedo creer que México será campeón del mundo, ¿entonces para qué vería el mundial? Sin esa ilusión el fútbol no vale nada, cuando en realidad lo puede valer todo. Cualquier deporte, aunque pocos como el fútbol, inspiran ese afán de hacer cosas grandes, “milagros” si se quiere.
Por Omar Díaz Saldaña (@OmaRduf)
Hola, mi nombre es Omar Rodrigo Díaz Saldaña, soy mexicano, y hay una sola cosa que debes saber sobre mí: el fútbol es la más grande pasión que existe en mi vida. Amo al fútbol y podría casarme con él si tan solo eso fuera posible. Sí, el título de este texto es correcto, no hay error alguno en sus palabras, y sí, estoy convencido de que México será Campeón en el Mundial de Fútbol en Brasil. Ya sé, mexicana o mexicano, pensarás seguramente que esta pasión que siento por el que considero el mejor deporte en el universo me lleva a concebir este y otro tipo de locuras, y lo sé porque todas las personas a las que les he dicho que México ganará el Mundial se han esforzado en recordarme que no va a ser así. “Pobre diablo, México no debió siquiera calificar al Mundial”, “¿Campeón del Mundo con el pobre nivel que tiene la Decepción Mexicana?”, “México no va a ganar ningún partido en Fase de Grupos”, “A Camerún le ganamos, Brasil nos va a dar una ‘arrastrada’ así que solo habrá que cuidar la diferencia de goles para que contra Croacia busquemos el pase, aunque igual Croacia es mejor equipo que México”, “Si México llegase a pasar la primera ronda se enfrentaría a Holanda o a España y hasta ahí nos vamos a quedar, ¿en verdad crees que México le va a ganar a Holanda o a España? ¡Vaya pendejo!” y mi favorito, entre muchos otros, “México calificó al Mundial gracias a la FIFA. ¿Te imaginas la pérdida económica que hubiese representado la ausencia de México en el Mundial?” En fin, podría escribir un libro con todas las cosas que me han dicho solamente por atreverme a creer que México será Campeón del Mundo en Brasil.
Esto me ha llevado a pensar una cosa. México padece de “mexicanitis”. Llamo así a la enfermedad en la que los mexicanos nos damos por derrotados incluso mucho antes de haber empezado a competir, ¡vaya cosa! “México nunca va a ser Campeón del Mundo”, “México nunca va a ganar más medallas que otro país en los Juegos Olímpicos”, “Es imposible que ‘Checo’ Pérez o Esteban Gutiérrez puedan ganar una carrera en la Fórmula 1 teniendo en frente a pilotos de la talla de Vettel, Alonso, Hamilton o Rosberg”, “México jamás podrá competir económicamente con países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o Japón”, y la lista sigue y sigue. Pienso que esta enfermedad es poderosa y sumamente contagiosa. Sin duda, es muy fácil que alguien con esta enfermedad pueda manipular nuestras ideas, influir en nuestras creencias y, finalmente, lograr sumergirnos en el mar de la mediocridad y la desesperanza. Son precisamente este tipo de mentalidades las que han intentado arrastrarme a este peligroso mar sin éxito alguno. Aquellos que padecen “mexicanitis”me invitan constantemente a ser “realista”, a ser “coherente”, a ser “lógico”, a ser “racional”, a que no sea “ingenuo”; intentan que piense que en México, como no se ha podido antes, no se podrá jamás. Lo que más me sorprende es que es muy fácil encontrar a personas contagiadas de este mal. Las puedes encontrar en tu familia, en tu círculo de amigos, en el transporte público, en la universidad, en tu equipo de fútbol amateur de los sábados, en tu trabajo, en cualquier cafetería, en el parque, en un restaurante, en el gimnasio, en una fiesta, en los cronistas deportivos, en los noticieros, en las redes sociales, en fin, otra lista interminable.
Sin embargo, lo curioso de esta enfermedad es que desaparece, súbitamente, no cuando se logra completar la hazaña –y de la cual injustamente nos apropiamos por el simple hecho de ser mexicanos– sino cuando, en esa circunstancial línea en la que el punto A, al que llamo “No Se Pudo”, y el punto B, el “Sí Se Puede”, nos encontramos más cerca de la gloria que del ya muy familiar y adoptado por los mexicanos sentimiento de fracaso. Por ejemplo, el Mundial de Fútbol Sub-17 en Perú 2005. Nadie imaginaba, ni siquiera los mismos jugadores o el entrenador, que México llegaría a ganar la final del torneo a un país como Brasil. Repito, nadie. Fue notable que la plantilla de jugadores mexicanos se hizo más fuerte en el aspecto psicológico –porque en el futbolístico ya lo eran– a medida en la que sorpresivamente iban avanzando en el torneo, al igual que nosotros, mexicanos que, de no haber calificado el TRI a la siguiente ronda, ni nos hubiésemos enterado de que, en primer lugar, existía un Mundial de Fútbol para jugadores menores de diecisiete años, y en segundo, que México había participado en él. Tan sencillo como eso y lo admito, yo era de ese club. México ganó el Mundial Sub-17 y ahí la enfermedad desapareció, las muestras de apoyo y la locura desatada se manifestaron en los mexicanos. Multitudes abarrotaron el Ángel de la Independencia, como si siempre hubiésemos creído que México ganaría un Mundial de Fútbol. Coherencia en todo su esplendor.
Lo interesante de esa época fue que desde entonces nació un fenómeno extraño: los mexicanos, no todos, empezamos a creer en que se puede. En ese momento el fútbol me enseñó la lección más importante de la vida y es por eso que el deporte se convirtió en algo crucial para mí. Y no, no hablo solo de fútbol sino de la vida en general: si se sueña es porque se cree, si se cree es porque se quiere, y si se quiere entonces se puede.
La misma historia se repitió en 2011, México Sub-17, de nueva cuenta, ganó la Copa del Mundo y qué mejor escenario que en el mítico Estadio Azteca, hogar de los máximos representantes en la historia del fútbol: Maradona y Pelé, o Pelé y Maradona, para no dar pie a innecesarios debates sobre quién es mejor que quién. Otra vez, se pudo. Y otra vez esta enfermedad que resurgió en el año 2010, cuando México perdió contra Argentina en los octavos de final de la Copa del Mundo en Sudáfrica, se esfumó por arte de magia. Una vez más el Ángel de la Independencia congregó a miles de pseudo-creyentes, mismos que, un año atrás, daban por hecho que México iba a perder contra Argentina “porque tienen al mejor jugador del mundo, Lionel Messi” o “porque la historia de 2006 se va a repetir”, o “México nunca va a llegar al quinto partido”. Más y más incoherencias.
¿Otro ejemplo? Juegos Olímpicos en Londres 2012, México le volvió a ganar a Brasil. México se llevó el oro. No obstante, cuando México empató a ceros contra Corea del Sur en el primer partido de la fase grupal, la “mexicanitis” se expandió, como nube de gas, sobre el territorio nacional. “Si no le podemos ganar a Corea del Sur es porque, de plano, estamos de la chingada”, “México, a punto de hacer otro ridículo en las Olimpiadas”, “Qué bueno, ya creían que por ganar el modesto torneo ‘Esperanzas de Toulón’ en Francia, iban a ganar la medalla olímpica. Ilusos, alguien tenía que bajarlos de su nube.” Y mientras más se acercaba México a la gloria, misma que, históricamente, tan solo constaba de aspirar a una medalla, cualquiera que esta fuera, se empezó a creer que se podía. México aseguró medalla en Londres, podía ser oro, podía ser plata, “No importa, al menos, ya se aseguró la plata. Es contra Brasil, ni pensarlo”. Y, así, sin siquiera contar con el apoyo total de la afición, o mejor dicho, con la firme creencia de que se le podía ganar a Brasil, se logró. Veni, vidi, vici en su máxima expresión.
Siempre he dicho que el fútbol es un deporte maravilloso en el que el 1 por ciento se le debe atribuir al talento de los jugadores y el otro 99 le corresponde a aquello que conocemos como suerte, sí, a la fortuna, y es que, contrario a lo que se cree, el fútbol no es solamente un juego en el que veintidós jugadores, once en cada bando, tienen como único objetivo anotar más goles que su adversario; el fútbol es mucho más que esa simple definición –dejando de lado aspectos innecesarios como las medidas de la cancha o el tamaño del balón, aspectos que, en esta ocasión, no hacen más que estorbar el verdadero mensaje de este texto–, el fútbol, decía, también toma en cuenta cosas tan relevantes y circunstanciales como los tiros que dan contra los postes de las porterías, balonazos al travesaño, goles fantasma (si no sabes lo que son, aún estás a tiempo de investigarlo), repentinas lesiones que te pueden dejar fuera –e incluso incluir– en la convocatoria de un Mundial, penales inventados por imprecisos e imperfectos árbitros que, por más que victimicemos, aceptémoslo, en nada tienen la culpa; penales errados –en algunas ocasiones por aquello que llamamos Justicia Divina–, autogoles, pases al portero que terminan filtrándose entre sus piernas para terminar al fondo de las redes, ‘clavados’ dentro del área, el tiro-centro que, sin intención del jugador –o quizás sí pero eso nunca lo sabremos–, se termina incrustando en la portería (Ronaldinho vs Inglaterra, 2002), goles con la mano (Maradona vs Inglaterra, 1986), goles decisivos en los últimos minutos del descuento (Sergio Ramos vs Atlético de Madrid, 2014), o cómo olvidar el gol de Estados Unidos a Panamá, gol que, en plena agonía del partido, injustamente, hay que admitir, cambió la historia de dos países en apenas cinco minutos; goles en el tiempo extra que te dan, ni más ni menos, una Copa del Mundo (Iniesta vs Holanda, 2010), golazos que fulminan la esperanza de todo un país, (Maxi Rodríguez vs México, 2006), o goles en fuera de lugar cuyo dolor, imagino, podría bien compararse con la estocada final a un toro (Carlos Tévez vs México, 2010), goles cantados pero fallados (‘Matador’ Hernández vs Alemania en 1998), goles del portero que valen campeonatos (díganme que no, fieles americanistas); goles de chilena que te regresan a la lucha de clasificar a un Mundial (Raúl Jiménez vs Panamá, 2013), o que te dan el pase a la final de un Mundial Sub-17 (la ‘Momia’ Gómez vs Alemania, 2011). Estos tres últimos, inolvidables.
El fútbol es un auténtico volado al aire y no se puede manipular, por más que se piense que sí. Por más que se crea que México llega a Brasil como víctima; por más que se apueste que el TRI no tiene ni la más mínima probabilidad de acceder a la siguiente ronda; por más que se dé por sentado que el quinto partido no va a llegar, al menos no en este Mundial, la historia del deporte ha dejado en claro que incluso el rival más débil le gana al que se cree más fuerte o favorito; que David es capaz de vencer a Goliat; que México sí puede vencer a Brasil; que el Atlante pudo derrotar en la final a los entonces favoritos Pumas de Universidad, e incluso competirle de tú a tú al Barcelona en el Mundial de Clubes (perdón, soy atlantista, debía traerlo a colación); que el Atlético de Madrid puso fin a una racha de Ligas consecutivas ganadas por el Real Madrid o el Barcelona; que Estados Unidos logró vencer a la invencible España en una semifinal de Copa Confederaciones en 2009; que el Club Pachuca ganó una Copa Sudamericana en 2006; que el Club León, habiendo batallado por años para regresar a Primera División, sea hoy el segundo equipo en conseguir un bicampeonato en la historia del fútbol mexicano (bajo el nuevo formato). Desde luego, no intento decir que México llega a este Mundial como el rival más débil. Lo que quiero dejar bien claro es que solo aquellos que conocemos el fútbol de pies a cabeza, y no somos muchos, sabemos que el fútbol está lleno de sorpresas, de cosas inesperadas, insólitas y, como decía, siendo el fútbol un volado, tanto puede favorecer a uno como perjudicarlo. Es así.
Volviendo a la enfermedad, la “mexicanitis”, la llamo así porque se trata de un virus que solo daña a este país. Considero terrible que el mexicano, o mexicana, ponga por encima de la esperanza la realidad, su “realidad”; que crea que en un deporte como el fútbol la historia juegue más que la suerte y el talento; que le pase por la cabeza que los mexicanos estamos destinados a la mediocridad, que no tenemos por qué aspirar a cosas grandes; que viva desesperanzado, sin el sueño de que este país, MÉXICO, merece cosas mejores de las que tiene; que no sea capaz de creer que sí se puede; que no entienda que lo imposible no significa que no se pueda lograr sino que nadie lo ha conseguido aún. A México le urge un cambio de mentalidad, dejar atrás ese esquema del “Ya Merito” y adoptar aquél del “Sí Se Puede”. Padecer “mexicanitis” significa que México, en cada uno de sus partidos, y en cada uno de sus deportes, empieza con el marcador en desventaja. No creer en quien te representa, en cualquier disciplina, en cualquier situación, por más difícil que parezca, significa desconfiar de las habilidades de nuestros deportistas. Apoyemos a México en lo que sea y no en lo que nos convenga.
Hoy, a pocos días de empezar el Mundial en Brasil, yo lo reafirmo: México va a ser Campeón del Mundo. ¿Por qué? Porque si no creyera en el fútbol, en las sorpresas que da, ni en que el TRI puede ganar el torneo, entonces dejaría de creer en mi país. Sería de aquellos que solamente piensan que México, de llegar al quinto partido, sería lo más relevante que hayan podido lograr. Y no, lo siento, no pertenezco a ese rubro. Yo creo que México tiene el talento para conseguir el título. Soy de los que piensan que la mentalidad del mexicano, tanto aficionado, como jugador o entrenador, debe estar enfocada en una sola cosa: ganar la Copa del Mundo. Si mentalizas a tus jugadores, o a la afición, a que el principal objetivo es llegar al “quinto partido” estás fracasando como líder, como capitán del barco. Mentaliza a tus jugadores y afición a siempre buscar la gloria, por más difícil que pueda ser y te darás cuenta de que el rendimiento será distinto, lo prometo. Es una mera cuestión de enfoque.
Estoy seguro de que la Selección Mexicana de Fútbol será campeona del Mundo en Brasil 2014, y tan seguro estoy que ni pienso en lo que pasaría si así no fuera. Si tú, mexicana o mexicano, eres de aquellos que piensan como yo, y no padeces de esta enfermedad, hazme saber que existes, te quiero conocer, hagamos cosas grandes juntos. Si, en cambio, no entendiste el mensaje que a través de este texto intento transmitir, ya sabes lo que pienso. No seré parte de ese mar.
¡Ánimo, México!
Este texto va dedicado a los 23 jugadores y al cuerpo técnico que estarán representando a México en el Mundial de Fútbol en Brasil: Alfredo Talavera, Guillermo Ochoa, Jesús Corona, Andrés Guardado, Diego Reyes, Francisco Rodríguez, Héctor Moreno, Carlos Salcido, Miguel Layún, Miguel Ángel Ponce, Paul Aguilar, Rafael Márquez, Isaac Brizuela, Héctor Herrera, Juan José Vázquez, Javier Aquino, Carlos Peña, Marco Fabián de la Mora, Alan Pulido, Giovani dos Santos, Javier Hernández, Oribe Peralta, Raúl Jiménez.
A Miguel Herrera y su cuerpo técnico.
Y a los que estarán en Brasil sin estar: Juan Carlos Medina y Luis Montes.
¡TRAIGAN LA COPA A CASA! ¡VIVA MÉXICO! Y ¡VIVA EL FÚTBOL!