La comunidad de “argentinos sin tickets” siguió el juego como pudo en los bares de Belo Horizonte. Hasta había puestos que vendían choripanes entre retratos de Gardel, el Che y Maradona.
¿Sin sobresaltos? ¡Ja! Nada de eso. Pasamos de los insultos y el malhumor a celebrar que Messi sea argentino. Los números dicen que el primer objetivo ya está cumplido, antes de la escala gaucha. Pero ¿eso es todo? No, claro. Es mucho, pero poco. Un brasileño decía que Brasil y Argentina son iguales: Brasil, Neymar más 10; Argentina, Messi más 10. Pero agregaba: “Messi está acá (y alzaba el brazo por encima de la cabeza) y Neymar acá (y se ponía la mano en la panza).
Ocurrió en el bar Fino Lounge al que la dueña nos dejó entrar porque su ternura no pudo resistir la súplica del rostro cansado de un viejo, ni la presión que, desde adentro, hacían los que habían colmado el local. El malhumor fue creciendo a medida que transcurrían los minutos y el gol se negaba. ¿Qué les pasa? ¿Con quién están enojados? ¿Por qué juegan con tanta displicencia?, se preguntaban los angustiados parroquianos vestidos de celeste y blanco.
Alguien tiró el nombre del Cholo Simeone como sucesor de Sabella, otro el de Pekerman y ni Messi se salvaba de las críticas. Después del gol y el estallido, el malhumor se fue al diablo y el triunfalismo argentino se exhibió en toda su expresión con mentas para ingleses y brasileños, recuerdos para Malvinas y Pelé y hasta banderas con inscripciones como “Chilenos traidores”. En medio del júbilo, uno de esos que se las sabe todas informaba: “Tengo datos de que Messi sigue enojado, pese a que Sabella puso el equipo que él quería. Por eso nos hizo sufrir tanto y, cuando quiso, en tiempo de descuento, metió ese golazo. Por suerte el enojo no llega a tanto”.
Argentinidad al palo, como en el puesto Che Nico donde vendían choripanes y hamburguesas y exhibía retratos pintados de Carlos Gardel, el Che Guevara, Diego Maradona, Lionel Messi y el papa Francisco. La comunidad excluida de “argentinos sin entrada” no tuvo ayer un único destino en Belo Horizonte como lo tuvo en Río frente a la pantalla gigante de Copacabana. La convocatoria que Quilmes montó frente a la Casa de Baile funcionó antes y después del partido pero cerró durante el encuentro y no había allí forma de verlo.
Así que la barra albiceleste se dispersó por losbares de los alrededores del lago artificial de Pampulha, el barrio de Oscar Niemeyer al que los brasileños acuden para caminar, trotar, andar en bicicleta y pasear a sus perros. Allí, un cachorro de bull dog hacía alarde de su destreza con la lengua mientras disfrutaba del agua fresca que su dueña volcaba de un termo en un recipiente de tela impermeable. Otros ejemplares de piel lustrosa mostraban también su salud y sus costumbres, iguales a las de los perros argentinos.
A las cuatro de la tarde una gran cantidad de argentinos muy bulliciosos pero tranquilos volvieron a colmar el predio donde se vendían choripanes hechos con las salchichas que los brasileños le ponen a la feijoada a 10 reales (50 pesos) cada uno, las universales hamburguesas a ocho reales (40 pesos) y latas de cerveza al mismo precio.
La feria de vanidades que se genera en torno a todo Mundial, tuvo ayer un episodio más. La forma angustiosa del triunfo gracias a la genialidad del ídolo potenció el festejo que se cerró con un Himno argentino, seguido por la gente con el tradicional coro y que tuvo un final a toda garganta: Argentina, Argentina, Argentina.